martes, 17 de marzo de 2009

Los planos del Pabellón de caza de Mayerling


Planta baja del Pabellón de caza de Mayerling. Copyright Fritz Judtmann. A la izquierda, las habitaciones del Kronprinz.


Plata alta del Pabellón de caza de Mayerling. Copyright Fritz Judtmann

lunes, 16 de marzo de 2009

El lugar del crimen


El pabellón de caza de Mayerling en la época de los crímenes. A la izquierda la habitación de la bóveda en la planta baja, lugar de los hechos. En el primer piso, las habitaciones de la Kronprinzessin Estefanía.

La oscura mansión que se levantaba escondida entre los Bosques de Viena ya no existe. Poco tiempo después del crimen Mayerling fue transformado en su casi totalidad y sus antiguos muros pasaron a formar parte de un monasterio carmelita.
La voluntad de hacer desaparecer todo lo referente al lugar donde ocurrieron los hechos fue tal que incluso los planos, no solo los de la construcción de la mansión campestre sino también los del Carmelo y la Capilla Expiatoria – edificada sobre el lugar exacto que ocupaba el dormitorio del Kronprinz Rodolfo - han desaparecido.
En los fondos documentales de la Familia Imperial que conserva el Archivo Histórico deViena, no hay traza alguna de la existencia de un pabellón de caza llamado Mayerling-bei-Baden, salvo el testamento del Kronprinz que hace mención.
Mayerling era un pabellón de caza sin grandes pretensiones arquitectónicas, macizo y masculino, hecho más para el reposo tras una jornada deportiva que para residencia secundaria; su propietario no lo ocupaba sino esporádicamente, para descansar tras algunos días de caza y reunirse en torno a una cena sólida, regada con vinos fuertes y amenizada con los relatos de la jornada. En la buena estación era una mansión encantadora cubierta de hiedra y rodeada de jardines a la francesa, sin flores; el resto del año se mimetizaba con los bosques de pinos y cipreses; la ligera hondonada del valle donde había sido construido era prácticamente s por la nieve invernal.
Los sucesos que fueron el detonador de la explosión de la monarquía danubiana tuvieron lugar en este escenario; la personalidad de las víctimas y los hechos que rodearon su desaparición hizo que las investigaciones fueran sumarias, privadas y con excusión total de la policía y las autoridades judiciales. Jamás se realizó una reconstrucción del crimen, aparentemente no se tomaron fotos ni se estudió la cronología de los hechos; nadie se preocupó por interrogar al personal de servicio – una docena de personas en total – ni a otros personajes implicados directa o indirectamente.
La policía cerró el dossier criminal el 11 de febrero de 1889, a los doce días de los hechos luctuosos; al no haber tenido participación en la investigación, fue clasificado como un expediente privado y secreto.
Oficialmente sólo hubo un suicidio, el del Kronprinz, a la otra víctima se la tragó la Historia; o al menos eso de pretendió durante décadas: toda traza de la presencia de Maria Vetsera en Mayerling fue meticulosamente borrada, con la aprobación y hasta la ayuda de su familia.
Ya a los pocos días del crimen se evocó la posibilidad de derruir la casona para construir en su lugar una Capilla Expiatoria y un monasterio destinado a las descalzas de la Orden de Nuestra Señora del Carmen. La piadosa princesa Valeria de Windisch-Graetz fue la primera a lanzar la idea en una carta dirigida al Jefe de la secretaría privada de Francisco José, Barón von Braun. El Emperador acogió la idea con placer. Como albacea del Kronprinz se apresuró a comprar la propiedad a su nieta, hija única y heredera de Rodolfo, y dispuso el desmantelamiento y la transformación de la fábrica de Mayerling para fundar un monasterio que conservó el nombre de origen.
Al año siguiente se celebró la primera misa en la capilla del Carmelo, cuyo altar mayor está exactamente en el lugar que ocupaba la cama donde se encontró el cadáver del Kronprinz Rodolfo.
De esta manera Mayerling regresó a ser propiedad de la Iglesia bajo forma de donación y con un encargo muy especial y exclusivo: rogar por la salvación del alma de Rodolfo de Austria. Fiel a su mentalidad y su mundo, la Iglesia asumía así una fundación que excluía para siempre la memoria de Maria Vetsera porque, ¿cómo reconocer que el heredero de la monarquía apostólica había muerto al lado de su amante menor de edad a la que por otra parte había asesinado?
Desde entonces la comunidad de carmelitas de Mayerling reza por una sola víctima.
Mayerling se había formado en el siglo XV en torno a la capilla de San Lorenzo, fundada en 1412, como dependencia de Heiligenkreuz, la abadía del Cister que data del siglo XII. Ubicada en pleno Wienerwald y a orillas del río Schwechat, la propiedad fue varias veces reformada y reconstruida, sobre todo tras la invasión turca que la había arrasado. El complejo monacal fue desafectado en la segunda mitad del siglo XIX; en la época la región era conocida sobre todo porque Beethoven se había retirado por aquellos parajes para componer su Missa Solemnis, y había sido también una de las excursiones preferidas del joven y guapo Duque de Reichstadt, el Rey de Roma, que paseaba su melancolía por aquellos pinares acompañado de la joven Archiduquesa Sofía a quien le unía un amor no sabemos hasta qué punto platónico.
Mayerling fue vendida por el Cister al Kronprinz en 1886; Rodolfo la transformó en un pabellón de caza y el complejo pasó a llamarse “Schloss Mayerling”. La zona era aislada, ideal para el reposo, y muy rica en caza. Tras los trabajos que duraron cerca de un año, la casona fue inaugurada el 17 de octubre de 1887 con la presencia de la Kronprinzessin Estefanía, la princesa Luisa de Bélgica , su hermana, y un pequeño comité de amigos del nuevo propietario. Rodolfo mandó imprimir papel de carta coronado por una cabeza de ciervo, lo que definía claramente la vocación del lugar.
Quien llegaba a Mayerling desde Alland podía distinguirlo a lo lejos como un palacete sin particular elegancia; en el interior estaba decorado con muebles falsamente rústicos, puertas sólidas, alfombras rojas y escasos objetos de arte; la única concesión al recreo eran sus jardines a la francesa y varios nogales. La poca gracia arquitectónica del pabellón era aligerada con la hiedra que cubría íntegramente sus muros, y sobre todo por el espléndido paisaje de los bosques, abundantes en pinos, hayas, abetos y robles; la gran ventaja de Mayerling era que encontrándose a escasos cuarenta kilómetros de Viena contaba con una reserva de caza extraordinaria.
Aunque Estefanía solía pasar algunos días al año en la mansión y podía disponer de una habitación en el piso noble, no tenía ningún poder de decisión en lo que concierne la distribución de los invitados o la decoración de la casa. De hecho, no tuvo tiempo de dejar huella de su paso por la casona. Desde el principio Rodolfo hizo hecho valer sus derechos de propietario y único señor del lugar.
La propiedad tenía cuatro puertas de ingreso.
La puerta principal, llamada del Este, utilizada por el señor de la casa y sus invitados, comunicaba directamente con la carretera de Baden; dos batientes de roble macizo, coronados con un gracioso arco abrían al patio central frente al cual se encontraba el ábside de la capilla de San Lorenzo, dirigido tradicionalmente según la arquitectura cristiana hacia el este precisamente. A la izquierda un porche indicaba la puerta de ingreso a la mansión. Otra puerta gemela a la del Este tenía estaba en principio destinada a los domésticos y proveedores, pero hacía años que estaba condenada.
Llegando de Alland el camino conducía a la Puerta del Sur por la cual se podía también acceder al patio central. Es por esta puerta que entró al palacete Maria Vetsera.
La Puerta del Norte, que se encontraba entre un depósito (llamado pomposamente “ala Elisabeth”) y las habitaciones del personal, era utilizada como puerta de servicio. Otra puerta más pequeña y discreta se abría entre la cocina y el depósito, utilizada también como salida al Norte del dominio.
Todas las dependencias del palacete se ordenaban hacia el patio o jardín central de hermosas proporciones, pero el arquitecto que había transformado la vieja granja cisterciense no había alterado en lo más mínimo su distribución primitiva, hecha con otros criterios, sin el menor sentido práctico y moderno: por un lado había instalado salas de baño (de las que generalmente carecían los palacios imperiales) pero por otro había dejado la cocina lejos del pabellón residencial.
La mansión propiamente dicha era de forma rectangular, con un piso noble y buhardillas, tenia ocho ventanas orientados hacia el sur y cuatro al este, todas enrejadas.
Al exterior de sus muros, Mayerling contaba con algunos edificios anexos que servían como alojamiento para los invitados y caballerizas.
Las habitaciones de Rodolfo se encontraban al sureste. Consistían en una antecámara, el alojamiento de Loschek, y el dormitorio principal, una inmensa habitación abovedada con dos arcos cruzados, casi perfectamente cuadrada (unos 7mt x 7mt), sobreviviente sin duda de la antigua dependencia monacal. El dormitorio del Kronprinz tenía otra puerta, más pequeña, que conducía al baño pasando por una pequeña antecámara con escalera de servicio que conducía al primer piso.
Esta escalera era una de las innovaciones aportadas al antiguo edificio y daba el nombre a la “antecámara de la escalera” de macabra memoria.
A la derecha del vestíbulo en la planta baja se encontraban el salón de billar y cuatro dormitorios para invitados.
El segundo piso estaba dividido por un vestíbulo al que se accedía por la escalera “noble”. Subiendo, a la derecha se encontraban las luminosas habitaciones de la Kronprinzessin Estefanía: una antecámara, el dormitorio, un baño y el alojamiento de la dama de servicio. A la izquierda, un gran comedor que comunicaba a un drawing-room o sala de estar. En ella se reunían a tomar el café tras la cena o a fumar, haciendo tertulia. Todas estas habitaciones tenían vista al río Schwochat.
La capilla de San Lorenzo no había sido secularizada pero languidecía en un estado de semiabandono. El Kronprinz era agnóstico como su madre y jamás se le hubiera ocurrido celebrar una Misa o siquiera Vísperas. Si como heredero de la Monarquía Apostólica profesaba en público el catolicismo tradicional de todos los Habsburgo en lo personal no tenía la menor iniciativa religiosa.
En tiempo de caza, si la Kronprinzessin no honraba Mayerling con su presencia, Rodolfo y sus invitados ocupaban solo la planta baja de la casona. Si éstos eran numerosos, se disponía su alojamiento al exterior de la mansión, en la casa que había sido del granjero de los monjes, o en una villa anexa, coqueta construcción bautizada con el nombre de “Villa Cobourgo”. Estos edificios tenían asignado un mayordomo, Herr Zwenger, que residía permanentemente en la antigua granja de Mayerling.
El servicio doméstico del palacete era itinerante y pertenecía al personal de la Hofburg; normalmente, se instalaba un día antes de la llegada de Rodolfo para proceder a la limpieza y poner la casa en orden. Generalmente llevaban consigo, además de las provisiones necesarias, flores de los invernaderos de Schönbrunn. Los criados que seguían a Rodolfo se componían en general, además del infaltable Loschek, de dos cocineros, Mall, la cocinera favorita del Kronprinz, dos valets, varias mujeres de servicio que se trasladaban a Mayerling cuando era necesario, y un destacamento del ejército que custodiaba la propiedad. Era un mundillo que se movía bajo la batuta Loschek, un hombre aún joven, enérgico y seguro de sí.
Pero existía también un pequeño grupo de personal permanente de manutención que dirigía Herr Zwenger, además de los guardias de seguridad, un guardabosque y un guardia de caza.
Detalle no sin importancia, el día de la muerte de Rodolfo habían en Mayerling 25 perros y cuatro cachorros de setter de su propiedad, además de varios caballos.
Todo el personal, además de las víctimas y el Conde Hoyos, fueron las únicas personas que pasaron la noche en la finca la madrugada del crimen.

jueves, 12 de marzo de 2009

Introducción


Alegoría de la muerte del Kronprinz Rodolfo; estampa de la época (colección del autor)


La tragedia de Mayerling ha quedado para siempre envuelta en la nebulosa del misterio y, salvo un descubrimiento documental poco probable, quedará para siempre en la mitología de una Felix Austria en agonía.
No existe un dossier Mayerling que se pueda consultar en archivos públicos o privados, y si bien el Archivo de Estado de Viena está en posesión de una serie de testimonios y actas oficiales la verdad de lo que sucedió la mañana del 30 de enero de 1889 en el pabellón de caza de Mayerling jamás se sabrá. Fue un secreto que quedó entre las cuatro paredes de la “habitación de la bóveda” que, por otra parte, fueron en parte demolidas para la construcción de una Capilla Expiatoria. El secreto de Mayerling se encuentra hoy bajo el altar mayor de la iglesia regentada por las Madres Carmelitas Descalzas. Por otro lado una docena de personas rodearon a los dos protagonistas de la tragedia, miembros de la familia, amigos, personajes del gobierno, prometieron callar para siempre o si acaso dejaron testimonios escritos en forma de diarios, cartas o relaciones, éstas han quedado en el secreto de los archivos familiares de sus descendientes donde lo más probable es que permanezcan para siempre.
Para comprender esta actitud hay que “entrar” en la mentalidad de la realeza y de la nobleza, tanto de la época y como el día de hoy. Si bien las costumbres y preceptos morales han cambiado, lo que no cambia y difícilmente cambiará es el código que permite reconocer un verdadero noble del que no lo es: todo gira en torno al respeto total y sumisión a los intereses de la familia, concebida como clan. Y a la mayor discreción posible.
En otras palabras, todo aquello que pueda afectar el buen nombre u honor familiar o de casta, queda enterrado para siempre, sino destruido.
Fue así como la correspondencia entre Luis II de Baviera y su ayuda de campo y primo, el príncipe Pablo de Thurn y Taxis , con quien supuestamente había mantenido un idilio juvenil fue quemada por la familia en el castillo de Sankt Emmeran en Ratisbona. Por el mismo motivo, los historiadores que se dirigieron a la actual Reina de Dinamarca para investigar sobre la posible supervivencia de algunos miembros de la familia imperial rusa en la supuesta masacre de Ekaterinenburg, se dieron de narices ante un seco “son asuntos de familia” por parte de la Soberana.
Se trata de una mentalidad que alimenta el mito de los próceres, los pilares de la civilización occidental y, salvo algunos pocos tránsfugas, identifica bien un pequeño pero poderoso estrato social, poder en el que el dinero nada tiene que ver. Se trata de un universo extraño y terriblemente atractivo, con sus propios códigos de identificación y de conducta, lo que a través de la historia ha provocado incomprensión y hasta violencia.
Al comenzar la autopsia sobre la tragedia de Mayerling tenemos que contar con esta premisa. Y si queremos limpiar la pátina del tiempo y perforar el secretismo que rodea la historia de aquella noche maldita debemos comenzar a llamar a cada cosa por su nombre.
Para la Historia, Mayerling es sobre todo un crimen, un suicidio, siendo que en realidad es la historia de una soledad y el último acto de independencia de un hombre que no encontró mejor manera de liberarse de fuerzas maléficas que lo obligaban desde siempre a llevar una vida que no era la suya. Es la historia de una tragedia de impotencia, pero también del feliz resultado de una evolución querida, de una burla a la Historia, de un escaparse ya no por la puerta falsa sino por la puerta que – por una vez en la vida- el archiduque Rodolfo escogió por sí mismo.
Para entrar en el misterio de Mayerling me he valido ciertamente del estudio de los testimonios de la época, pero también de las declaraciones de algunos miembros de la Casa de Austria que, gentilmente, han querido exponerme sus puntos de vista o lo que se ha transmitido por tradición familiar. Sin embargo, debido a mi formación de jurista, he contado también con las presunciones.
La presumptio iuris es una prueba judicial. Se trata – en el caso de la tragedia de Mayerling – de las conjeturas probables sobre la cosa incierta, fundada en los indicios. En Derecho, la presunción exonera en muchos casos de la carga de la prueba. Durante dos años he estudiado las presunciones que rodean la tragedia y que son muchas. Ante la falta de pruebas fidedignas o – me atrevería a decir – de la destrucción de muchas de ellas, el historiador actual no cuenta sino con la cantidad de indicios que hay que saber recoger y que en muchos casos está allí, esperando ser asumidas.